Visitas a mi blog.

11/01/2015

Orgullo.

Cuando oímos la palabra orgullo, podemos entender varias cosas: una persona que es orgullosa, que no reconoce sus errores aunque estos sean muy obvios o que se niega a pedir ayuda, una emoción que se produce cuando sientes mucha alegría por un logro de alguien a quien conoces, etc. Orgullo se siente en muchas ocasiones, aunque no siempre es bueno, del mismo modo que no siempre es malo, todo sea dicho. Ayer, yo sentí que había herido mi orgullo cuando creí haber fallado a una persona que me importa mucho, y he sentido que he tirado mi orgullo y el de otra persona a la que adoro cada vez que la fallaba, y no han sido pocas veces. Sí, siento que hiero o que fallo a mi orgullo cuando hago algo que haga daño a la gente a la que quiero. Soy una persona que no es orgullosa; aunque pueda aparentar una chica dura a la que todo la da igual y que no pide perdón o admite sus errores, al menos de cara a algunas personas de mi edad (vale, probablemente a todo aquel que no me conozca bien), yo si tengo que pedir perdón, o admitir que he hecho algo mal, lo hago sin ningún tipo de problema. No soy una persona a la que le guste pavonearse de sus virtudes o de las cosas que hace. De hecho, cuando era pequeña, en primero, segundo de la E.S.O., no lo recuerdo bien, me dijeron que enumerase todas las cosas buenas que tenía, y lo primero que dije fue que no lo sabía, porque nunca me había parado a pensarlo, que no me gustaba ser egocéntrica o presumida. Mi profesora se rió, claro, aunque sin malicia. Ahora sin embargo, soy capaz de decir todo lo bueno que tengo, así como todo lo malo. También he sentido mi orgullo crecer y provocarme una gran alegría, como cuando gané mi primer concurso de relatos, o cuando mi padre me ha dicho, esta misma mañana, que le gusta mi libro. Sí, son cosas así las que hacen que mi orgullo crezca, aunque nunca lo suficiente como para creerme más de lo que soy, que conste.

No hay comentarios:

Publicar un comentario